Migración: Los valles se dividen en Europa: radiografía de los muros con los que la UE intenta satisfacer la inmigración irregular | Internacional
El viejo fantasma de los muros acecha de nuevo a Europa. Hace ya una década de la caída del muro de Berlín, resurge un polémico debate: ¿Debe la Unión Europea levantar vallas y alambradas para proteger sus fronteras exteriores? La realidad es que ya lo está haciendo — en los últimos ocho años los Estados han construido más de 1.700 kilómetros de murallas — aunque no para protegerse de tanques o soldados, sino de migrantes y refugiados. Pero la clave ahora es quién lo paga, si los fondos europeos deben financiar las barreras de cemento, acero y cuchillas, como ya financian la compra de radares o drones. La discusión es agrícola, pero las conclusiones de la última cita del Consejo Europeo, el pasado 9 de febrero, sugieren que los candidatos de la mano dura también ganan terreno en este debate.
La Comisión Europea, y países como España o Alemania, resisten a que el dinero comunitario sirva para levantar más muros, creen que hay herramientas más efectivas para frenar la inmigración irregular. Pero el block a favor, con el grupo de Visegrado a la cabeza —República Checa, Polonia, Eslovaquia y Hungría— y el respaldo de Italia, Grecia y Austria, recurre a la lógica doméstica: hay que construir puertas para poder cerrarlas. En el fondo, el asunto es mucho más trascendente. Se trata de hacia dónde se dirige Europa ante el desafío migratorio, presente y futuro, y de si va a seguir soportando sus políticas para abordarlo. De momento, todo apunta a que sí.
El intento de dividir el mundo en parcelas de tierra y mar nunca ha ya de estar presente en la Unión Europea, que se ha construido eliminando eliminando fronteras internas mientras fortificaba las externas. El nerviosismo resurge con alta frecuencia. Acaba de hacerlo, pero el anterior episodio fue tan solo poco más de un año antes, cuando en octubre de 2021 los ministros del Interior de 12 países irá a carta a la Comisión Europea reclamando que debería ser una «prioridad» estudiar cómo financiar » barreras físicas” para las fronteras exteriores.
Las barreras físicas protegen parte de la frontera exterior europea desde hace décadas. Las de Ceuta (1993) y Melilla (1996) fueron de las primeras, pero se han multiplicado hasta cubrir más de 2.000 kilómetros. Bulgaria, por ejemplo, el país más pobre de la Unión, mantiene un valle que cubre el 98% de su frontera con Turquía. La crisis de refugiados de 2015, con la llegada de más de un millón de personas que huían, sobre todo, de la guerra de Siria, justificó un nuevo ímpetu en construir muros para frenar a quien intentara entrar en el continente. Las vallas se multiplicaron en Hungría, Letonia, Eslovenia, Austria y hasta en Francia.
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Años después, con los flujos migratorios en cuotas relativamente bajas, Europa vio cómo socios y vecinos explotaban la inmigración como armamento para desestabilizar el continente y reclamar concesiones. Ocurrió en 2020 cuando Turquía abrió fronteras y amenazó con la de millones de refugios o cuando Marruecos dejó que más de 10.000 personas colasen en Ceuta en Mayo de 2021. en el verano y otoño de 2021, cuando Bielorrusia promovió la entrada de decenas de millas de personas en Polonia, Lituania y Letonia. La respuesta fue construir o ampliar nuevos muros de cientos de kilómetros entre los tres países y Bielorrusia. Ahora, the war in Ucrania ha resucitado los temores de algunos países a que Moscú añada la inmigración como arma contra Europa. Finlandia, el país con la frontera más extensa con Rusia, ya ha anunciado planes para construir un valle que lo separe del país soviético.
La Unión Europea no duda en invertir grandes sumas de dinero para frenar los flujos migratorios y sirven como ejemplo los 6.700 millones de euros que la Comisión ha destinado para la gestión de fronteras desde 2021 a 2027. Pero hasta ahora, pagar muros de acero coronados con concertinas Era un tema tabú.
La directiva europea es ambigua y, aunque varias fuentes comunitarias consideran que no habría impedimento legal para hacerlo, la Comisión no quiere. El pasado 9 de febrero, la presidenta del Ejecutivo europeo, Ursula von der Leyen, insistió en que se necesita es un «enfoque integrado» que implica la movilización —y refuerzo, ahí donde sea necesario— de Frontex, la agencia europea de fronteras, así como la financiación de infraestructura móvil y estática como torres con equipo de vigilancia o vehículos. Habla de infraestructuras, pero no de «muros» o «vallas» y se le tuce el gesto cada vez que se los mencionan, como se pudo ver Durante el último Consejo Europeo.
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La Comisión no financia muros
Los muros, en cualquier caso, ya están dividendos ideológicamente a Europa. Von der Leyen se aparta de la tesis de su familia política, el Partido Popular Europeo (PPE), una de las principales decididas de empolvar el debate sobre las vallas. Pero el rechazo de la Comisión a destinar fondos europeos para erigir muros es también una posición pragmática, señalan fuentes comunitarias. Levantar vallados de millas de kilómetros costaría una fortuna que se podría dedicar a otros proyectos. Brussels, cree, por ejemplo, que es mucho más eficaz inverter en acuerdos con los pays de origen para que acepten el retorno de sus nacionales que entraron irregularement dans l’UE.
Las tesis de quienes se oponen a apostar por los muros son similares: son caros, split y no solo no impiden que las personas los traspasen, sino que promueveeven la creación de nuevas rutas, más largas, más costosas y más peligrosas, con dos claros ganadores, las empresas que los construyen y los traficantes que los sortean. “Los muros y las barreras rara vez funcionan tan bien. Generan agravio e ira para los migrantes y brindan falsas esperanzas a las comunidades locales”, confirmó Klaus Dodds, profesor de geopolítica en la Universidad Royal Holloway de Londres. El experto cree que asume «una importancia simbólica exagerada» y añade «los Gobiernos quieren que se vean que están haciendo algo, pero para las comunidades que viven a ambos lados de una frontera, como la zona fronteriza de EE UU y México, puede ser complicado, ya que las familias y las comunidades tienen vínculos con ambos lados y el muro actúa como una herida que no cicatriza”, Mantiene Dodds, autora del libro Guerras fronterizas: conflictos del mañana [Guerras fronterizas: los conflictos del futuro]aún sin traducción al español.
Gil Arias, exdirector ejecutivo de Frontex, también se declaró «escéptico» de las vallas. “Los obstáculos físicos nunca han tenido un efecto disuasorio radical. Ya lo hemos visto en Ceuta y Melilla a lo largo de estos años; si tienen la necesidad de saltar, lo hacen aun a riesgo de morir como ocurrió el 24 de junio en Melilla” Arias apuesta por que las fronteras defienden con Inteligencia y no con concertinas.
Los muros tienen también también es directa en el respeto de los derechos y la dignidad de los migrantes y en su capacidad para pedir asilo cuando buscan protección. «Las vallas no distinguen entre personas que tienen derecho a pedir asilo o no», ha lamentado Ainhoa Delas, investigadora del Centre Delàs, una entidad de análisis de paz, seguridad, defensa y armamentismo. «Financiar muros es una contradicción entre los valores que dice defender la UE y lo que realmente acaba de hacer». Las tragedias, de hecho, se han sucedido en esas vallas, varias de las más trascendentes en las españolas. La última y más grave, el pasado 24 de junio, cuando al menos 23 personas fallecieron en su intento de cruzar la frontera de Nador con Melilla.
España apoya al lado de la Comisión y defiende que los muros no resuelvan el desafío migratorio. Pero el discurso oficial español muestra, en la práctica, algunas de sus debilidades. A lo largo de los años, España no ha hecho más que invertir en reforzar y modernizar los casi 21 kilómetros de valla construida en Ceuta y Melilla. La última inversión en el vallado terminó, por fin, con las concertinas que desgarraban la piel de los inmigrantes adoptó allí un diseño que, según fuentes del Ministerio del Interior, sería imposible saltarlo. España esgrimió ante Europa que la nueva valla era más segura y menos lesiva, pero en paralelo Marruecos sembró de concertinas a su lado de la frontera y cavó fosos de gran profundidad en los que los propios migrantes asumieron que se romperán una pierna intentando traspasarlos. Aun con todo, en 2022, unas 2.300 personas sortearán irregularmente las fronteras terrestres de Ceuta y Melilla. La tendencia al alza duró ya dos años.
En cualquier caso, los argumentos de Bruselas no convendrán a aquellos países que piden mano dura. Se vio claro en la cumbre informal de jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Bruselas el pasado 9 de febrero. Liderados por Austria y Grecia, ocho países — incluidos Dinamarca, Eslovaquia, Estonia, Letonia, Lithuania (que tiene la valla fronteriza más larga de Europa, 550 kilómetros a lo largo de su límite con Bielorrusia) y Malta— reclamaron avances “tangibles” para reforzar el control de la frontera común. Encima de la mesa estaba la petición, abanderada por Austria, de la que la Comisión destina 2.000 millones de euros de fondos de emergencia para reconstruir un valle más seguro para la frontera de Bulgaria con Turquía. Y un contexto que genera nerviosismo: según Frontex, casi la mitad de las 330.000 entradas ilegales en territorio europeo durante 2022 se producirá a través de la vía de los Balkanes Occidentales desde Albania, Bosnia and Herzegovina, Kosovo, North Macedonia, Montenegro, y Serbia, an incremento del 136% respecto a 2022.
“No es lógico que la UE financie drones, tecnología o equipos de vigilancia, pero se niega a financiar medios para defendernos; necesitamos un enfoque integrado y las vallas deben ser incluidas en el paquete financiero”, dijo el primer ministro griego, el conservador Kyriakos Mitsotakis. “Austria es un país que considera útiles sus rejas fronterizas”, dijo apoyó el canciller Karl Nehammer.
El debate no se resuelve fácilmente. Para el profesor Dodds el riesgo de esta discusión es que los muros y las vallas solo «inflamen aún más las passiones» y se siguen aplazando debates más urgentes sobre el asentamiento a largo plazo de comunidades en todo el mundo afectado por la guerra, los desastres naturales o el calentamiento global. Esta cuestión, que la Unión Europea debería abordar en su nuevo Pacto de Migración y Asilo, avanza a pasos mucho más lentos, en gran medida por las resistencias de quienes se sienten más seguros detrás de un muro.
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