Libertad de expresión: Resistencia de prensa en América Latina Opinión
En la turbulenta historia de la libertad de prensa en Estados Unidos, los últimos años han sido un nuevo período oscuro. La región se despierta todos los días con noticias de agresiones a periodistas que siguen ejerciendo admirablemente su profesión contra todas las circunstancias en un contexto de violencia y deterioro progresivo de la democracia, en algunos casos reducidos a casi nada. El acoso por presión aumenta con impunidad con el colapso de instituciones o las pocas que quedan de ellas en países como Venezuela o Nicaragua. Este es el caso en aquellos países donde el colapso de la democracia se ha macerado durante años, y en otros donde el deterioro parece ser más agudo, como en Salvador por Caudillo Naib Bukele.
Algunos casos recientes de las últimas semanas ilustran este descenso. En Venezuela, donde la agresión de dos décadas del chavismo minimiza las instituciones independientes que aún permanecen en pie, el edificio del periódico El Nacional, uno de esos periódicos sin los cuales es difícil entender la historia de un país, fue decomisado el 14 de mayo como pago parcial de una indemnización por presunto daño moral a Diosdado Cabello. Este es el último episodio de una arbitraria y prolongada demanda contra el diario, que, sin embargo, no ha dejado de denunciar casos de corrupción. Como escribió una vez la periodista Luz Meli Reyes, una de las batallas decisivas en la Venezuela chavista es por los derechos a la libertad de prensa y expresión.
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En México, el país más brutal del hemisferio occidental para el ejercicio del periodismo, en la mañana del 3 de mayo, la policía encontró el cuerpo del periodista Benjamín Morales con varias heridas de bala. La mayoría de estos ataques a periodistas nunca están permitidos. A pesar de los niveles de delincuencia e impunidad, el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, ha utilizado sus conferencias matutinas para atacar a los medios críticos e independientes. En Nicaragua esta semana, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo volvió a invadir las instalaciones donde trabajaban periodistas del diario Confidencial. Sin una orden judicial, la policía confiscó computadoras, cámaras, equipos de edición de televisión y decenas de cajas de documentos. Al irrumpir en las instalaciones, la policía planteó una pregunta retórica en el aire: «¿Dónde están los conspiradores del golpe?»
En Colombia, organizaciones independientes han registrado al menos 40 muertes por violencia policial y cientos de ataques en solo dos semanas durante las recientes protestas antigubernamentales, incluidos al menos 70 ataques contra periodistas. Las respuestas represivas del gobierno ya se habían registrado en manifestaciones anteriores, pero esta vez los niveles de brutalidad y abuso policial fueron extremos y conmovedores.
Nicaragua es uno de los ejemplos más llamativos de deterioro de la libertad de prensa en la región. La violenta represión del levantamiento civil que estalló en abril de 2018 recordó a la comunidad internacional la realidad del régimen dinástico autocrático instaurado por el matrimonio Ortega-Murillo en la década anterior. Para sofocar la protesta y las críticas, el régimen recurrió al hostigamiento, detenciones arbitrarias, torturas, desapariciones, censura mediática e información crítica, expulsión de disidentes al exilio y campañas de difamación pública. El reportero Angel Gahona fue asesinado a tiros mientras cubría las protestas en vivo. El director y director de informativos del canal 100% Noticias TV, Miguel Mora y Lucía Pineda, fueron detenidos y pasaron seis meses en prisión en duras condiciones. La Fundación Violetta Barrios de Chamoreau, que anunció su cierre en febrero de este año debido a una controvertida ley destinada a controlar a quienes reciben financiamiento de organizaciones extranjeras, estima que de abril de 2018 a julio de 2019, unos 90 periodistas han salido de Nicaragua al exilio. La renovada represión contra la sociedad civil, la prensa y la oposición precedió a las elecciones presidenciales de noviembre, en las que el régimen de Ortega-Murillo buscó consolidar su poder a toda costa en un estado de emergencia.
Los periodistas nicaragüenses continúan, a pesar de todo, en sus esfuerzos. Su tenacidad recuerda a los periodistas en El Salvador que se oponen a la presión de Bukele por la ambición de poder absoluto y a sus colegas en toda la región, desde el Brasil de Jair Bolsonaro hasta Guatemala. La única forma de justificar los intensos esfuerzos de la prensa estadounidense para mantener su libertad en condiciones tan hostiles es condenar firme y duramente los ataques que sufren y las condiciones que los protegen. Los Estados e instituciones comprometidos con la democracia deben denunciar las leyes y abusos que buscan sofocar económicamente a los medios, criminalizar el periodismo y silenciar a los observadores críticos. Deben fortalecer el sistema de derechos humanos de décadas de antigüedad y asegurar que la prensa pueda cubrir temas de interés público, como manifestaciones y procesos electorales, cuando los gobiernos represivos redoblen sus esfuerzos. Deben adoptar un discurso que fomente la crítica razonable de los medios y el periodismo, no el acoso y el ataque a los reporteros. La renovada tradición de hacer cola y la crisis causada por la pandemia están llevando a Estados Unidos a un nuevo período oscuro. Sin la presión y el fuerte apoyo de la comunidad internacional para revertir este declive, los admirables esfuerzos de los periodistas que resisten todos los días serán una nota al pie del colapso de las instituciones democráticas.
Carlos Martinez de la Serna es el director del programa del Comité para la Protección de los Periodistas (CPJ).